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EL FASCINANTE TALMUD

Talmud

EL FASCINANTE TALMUD

Una introducción al monumental código de fe judío, a esa fuente inagotable de profundas sentencias, deslumbrantes máximas, exasperantes trivialidades y visiones de gloria.

Por: LEO ROSTEN

Pregunté el lector a sus amigos más cultos de dónde vienen los siguientes proverbios:
"Todo está bien si termina bien". (Shakespeare, por supuesto.)
"Un hombre delata su carácter en tres cosas: sus propinas, sus bebidas y su humor". (¿Oscar Wilde? ¿Voltaire?)
"Hay que conceder a todos el beneficio de la duda". (¿Cicerón?)
"Un sueño no interpretado es como una carta cerrada". (Seguramente Sigmund Freud.)

Tal vez le sorprenda saber que pertenecen al Talmud*. Apostaría cualquiera cosa a que el 95% de las personas m[as cultas ignoran qué es exactamente el "Talmud", no obstante que de él provienen gran parte de nuestros conocimientos acerca del judaísmo de la era cristiana, y que constituye la fuente del código moral básico, de muchos artículos de fe y de los fundamentos teológicos del judaismo, la cristiandad y el islamismo.
¿Ejemplos? Considérese estos perspicaces conceptos sobre temas de interés humano:

Ética: "Lo que resulta abominable para ti, no lo hagas a nunca a tu prójimo. Esa es la Ley: lo demás es comentario".

Adán: "¿Por qué creó Dios a un solo hombre? Para que nadie pudiera decir: Mis antepasados eran más nobles que los tuyos, o que la virtud y el vicio se heredan, o que algunas razas son mejores que otras... Y para enseñarnos que quien destruye una vida es tan culpable como si hubiera destruido un mundo entero; y que quien salva una, gana tanto mérito como si hubiera salvado a todo el mundo".

Mujeres: "El señor no hizo a la mujer de la cabeza del hombre, de manera que pudiera mandar sobre ella; ni de su pie, de manera que fuera su esclava. Dios formó a Eva del costado de Adán, para que fuera siempre lo más cercano a su corazón... Cuídate de no hacer llorar a una mujer; Dios cuenta sus lágrimas".

Niños: "No amenaces jamás a un niño; castígalo o perdónalo... Si debes darle azotes, utiliza un hilo".

Derecho: "Tratándose de delitos capitales, una mayoría de un juez puede perdonar, pero sólo una mayoría de dos puede condenar... Los jueces que condenan a un hombre a morir, no deben comer ni beber durante las 24 horas siguientes".

Conducta: "Cuando el sabio se enoja, pierde la sabiduría... Más vale vergüenza en este mundo que deshonra en el venidero".

Preocupación: "No te preocupes demasiado por el mañana; ¿quién sabe lo que pueda pasarte hoy?"

Ahora debo disculparme. ¿Acaso he dado la impresión de que el Talmud se compone solo de nobles pensamientos y brillantes epigramas? Desgraciadamente no es así. Las ideas son majestuosas, el razonamiento sutil y sublime, los aforismos excelentes. Sin embargo, se encuentran sepultados en texto enmarañado de tecnicismos arcaicos, digresiones pedantes, supersticiones pintorescas, quisquillas exasperantes y de una manía por tratar asuntos que hoy nos parecen tan irrelevantes como el tamaño de las amígdalas de Nabucodonosor.
Los análisis me recuerdan las disputas medievales sobre el número de ángeles que caben en la punta de una aguja.

Pero no debemos olvidar que los problemas con que lucharon los grandes talmudistas (rabinos y filósofos, jueces y sabios), distaban mucho de ser absurdos o remotos para ellos. Intentaban esclarecer lo que Dios había querido decir en cada palabra, frase, metáfora, mandamiento o prohibición del Pentateuco o Tora (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Se trataba de una labor santa e imperativa.

No se propusieron elaborar una obra de arte, sino forjar un código de fe, leyes y ética (valedero para sus jefes no menos que para sus hijos) que normará la religión, los ritos del culto, las obligaciones del matrimonio, las condiciones en que había que obedecer a soberanos extranjeros o rebelarse contra ellos, las circunstancias que determinan el pago de un rescate (las mujeres tenían precedencia sobre los hombres) o el destierro de los apóstatas; la bondad para con huérfanos y viudas, animales o esclavos. En una palabra, las sagradas responsabilidades de los hombres y las mujeres en su relación con Dios, consigo mismos y con sus prójimos.

Contrario a lo que piensan muchos, el Talmud no es la Tora (los primeros cinco libros del Antiguo testamento), que los hebreos llamaban "los libros de Moisés" o "ley de Moisés". El nombre corresponde a una impresionante compilación de 63 massektoth ("pequeños libros"). Se trata de transcripciones de simposios que, según ciertos cálculos, se prolongaron a lo largo de 1200 años, desde el siglo V a. de J. C. hasta el VIII de nuestra era. Más de 2000 eruditos, rabinos y sabios dirigieron estos debates, que se celebraron en las grandes academias de Tierra Santa y Babilonia.

A esos centros del saber acudieron los letrados más brillantes, y llegó la correspondencia más compleja de rabíes y cortes rabínicas en otras partes del mundo. Cada lugar elaboró su propio Talmud, pero el babilónico lo es por antonomasia. Tiene tres veces la extensión del que le sigue y se conserva completo, lo que no sucedió con el de Jerusalén, de un siglo antes.

El Talmud se hizo para estudiarlo, no sólo para leerlo. Es un almanaque, una recopilación de antecedentes, una enciclopedia de consulta Si bien giran en torno a las cuestiones fundamentales de la condición humana, los debates y los comentarios (así como los comentarios de los comentarios) tratan también de asuntos menos elevados; desde el adulterio hasta la agricultura (¿cómo plantar los frijoles egipcios?), desde exhortaciones sobre higienes personal hasta el modo de tratar a los brujos, desde Satán hasta la pedagogía ("En ninguna clase habrá más de 25 niños"), desde el sacrificio compasivo de ganado hasta las reglas propias del luto y la penitencia, desde las variedades del pecado hasta la salvación prometida para cuando apareciera el Mesías. No falta ningún tema; la sabiduría majestuosa acompaña a las preocupaciones mundanas.

Si existe una idea unificadora en sus tumultuosas páginas, creo que es la siguiente: todo judío debe entregarse a realizar infinitos actos de compasión porque, como observa el Talmud, "la Tora comienza con actos de amor y termina con actos de bondad; empieza cuando Dios viste a Adán y a Eva y concluye cuando entierra a Moisés... El principio y el fin de la Tora es realizar actos de amor y de bondad".

Siempre he apreciado este pasaje: "Cuando me llegue el momento de morir", dijo la rana, "bajaré al mar para que me devore una de sus criaturas; así, incluso mi muerte será un acto de bondad".

Durante siglos el mundo cristiano no conoció el Talmud sólo por fragmentos casuales y falseados. Fue condenado, proscrito, destrozado o echado a las llamas en París, Roma, Toledo y Constantinopla, por clérigos y emperadores, desde Justiniano hasta los nazis y otros fanáticos que viven entre nosotros.

Sin embargo, lo estudiaron y discutieron continuamente todos los varones hebreos ( y las aristócratas hebreas), como lo siguen haciendo hoy los judíos practicantes del mundo entero. La lectura diaria, y en especial la sabatina, de una pasaje de la Tora o del Talmud, se ha asociado siempre con un sentimiento de gran trascendencia y con las mitzvahs (buenas acciones). Cumplir con ellos equivale a ganarse "un poco de bienaventuranza" en la otra vida.

El Talmud se considera un tesoro de parábolas, fábulas y anécdotas de gran vigor y agudeza. Adviértase, sin embargo, que su propósito no es divertir. Sirven como instrumentos de enseñanza, medios eficaces e ingeniosos de exponer una moraleja. Véase a continuación mi pasaje predilecto:

"En una había navegaban dos barcos; uno zarpaba, el otro arribaba al puerto. todos vitoreaban a la nave que partía, pero casi nadie se fijó en la que llegaba. Ante esto un sabio dijo: No os regocijéis por el barco que s hace a la mar, pues no podéis saber con qué tormentas terribles se encontrará, ni qué peligros espantosos habrá que sortear. Alegraos, en cambio, por el que ha llegado a puerto y trae sus pasajeros en paz a casa."

Así es el mundo: cuando nace un niño, todos se regocijan; cuando alguien muere, todos lloran. Deberíamos hacer lo contrario. Porque nadie puede decir qué pruebas y fatigas aguardan a un recién nacido; mas, cuando un hombre muere en paz, deberíamos alegrarnos, pues ha terminado su larga jornada, y no hay mayor bendición que abandonar esta vida con la imperecedera corona de una buena reputación.

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