Yo no creía en el
destino; siempre estuve convencido de que cada uno de nosotros construye su
propia vida, y de que es una señal de debilidad culpar al destino de cualquier
cosa que nos suceda. Pero todo eso cambió en 1988.
Me habían ofrecido
actuar en una película llamada See No Evil,
Hear No Evil. (No veas el mal, no escuches el mal). La idea era buena:
dos primeros actores, uno ciego y el otro sordo, pero el guión no salía nada.
Los chistes eran vulgares y no hacían reír, así que lo rechacé.
Seis meses después mi
agente me envió un guión que resultó ser de la misma película, así que volví a
rechazarla. Pasaron seis meses más y cambié de agente. Una de las primeras
cosas que hizo el nuevo fue invitarme a conocer a los productores de TriStar Pictures
para hablar de una película llamada See No Evil,
Hear No Evil.
Por tercera vez me
negué a hacer la película, pero al día siguiente el presidente de TriStar me
invitó a comer. Me dijo que estaba de acuerdo con todas mis objeciones, y me
propuso hacer la película con Richard Pryor. Finalmente dije:
- Podría ser una
buena cinta, pero tendríamos que rehacer el guión.
Cuando comencé a
trabajar en él, me topé con un problema: después de hacer mucha alharaca sobre
la gente que no respeta a los sordos, en realidad no sahbía qué hacer para no
dar yo mismo esa impresión. Así que mi secretaria se comunicó con la liga para
sordos de Nueva York y me consiguió una cita con la señorita Webb.
¡Santo Dios! Pensé. Estaba seguro que la
señorita Webb iba a ser alguna vieja entrometida que me diría: "¿Quiere
reírse de los sordos? ¿Y espera que yo lo ayude?"
El día de nuestra
cita acudí a su oficina y pregunté por ella. En seguida apareció ante mi un
bello y vaporoso vestido azul y lila, con un toque de color de rosa. El rostro
de su dueña era radiante, alegre y animoso.
La señorita Webb
trabajan allí como terapeuta del lenguaje y quería ver si yo sabía leer los
labios. Puso un vídeo de unos labios de mujer hablando y yo debía adivinar lo
que estaban diciendo. Resultó que aquella mujer era ella misma. Una parte de mí
pensaba: ¿Qué demonios está diciendo?, y
otra parte se entusiasmaba: ¡Dios mío qué
hermosos labios!
- ¿Qué tal lo hice? -
pregunté.
- Regular -
respondió, y me llevó a la clase de principiantes en lectura de labios para que
yo pudiera hacer a sus clientes algunas preguntas básicas.
¿Qué siente una
persona cuando le dicen: "Oiga, sordo, apártese de mi camino" o
"Qué, ¿no me oye?" A veces soltamos tantas cosas sin detenernos a
pensar en que tal vez esa persona realmente no oye.
La señorita Webb
comentó que le gustaría hacer vídeos para personas sordas si conseguía una
subvención. Me preguntó si podría yo inyectarles un poco de humor.
- Por supuesto - le
dije, pensando que eso no ocurriría en mucho tiempo.
Yo me dediqué a
estudiar y reescribir el libreto. Al final de mi capacitación lo entregué y comenzamos al filmar. Cuando la película se
exhibió, resultó todo un éxito.
Algunos meses después
recibí una llamada telefónica:
- Hola, habla Karen
Webb. ¿Me recuerda?
- Claro que la
recuerdo, señorita Webb - respondí.
Había obtenido la
subvención y quería que la ayudara a hacer el vídeo. Nos reunimos y llevamos
una grabadora. Yo improvisé y se nos ocurrieron alguna escenas jocosas. Luego
consiguió un productor y un estudio. Nos reunimos de nuevo, y volví a
improvisar. En nuestro tercer encuentro le dije:
- ¿Por qué no nos
vemos sin la grabadora?
Esa fue nuestra
primera cita formal, en un pequeño restaurante italiano de 11 mesas. Un año
después pedí a la señorita Webb que se casara conmigo. Hace ya cinco añoss que
somos marido y mujer. Pintamos acuarelas, cocinamos juntos y leemos otros
guiones malísimos que pueden transformarse en algo hermoso.
Para mí es muy
difícil aceptar que esta ironía del
destino no sea más que eso. Nunca creí que volvería a casarme después de la
muerte de mi primera esposa. Gilda. Y si no hubiera cambiado de agente, si no
hubiera rechazado la película tres veces ni me hubiera dejado arrastrar para
conocer al presidente de TriStar, hoy no estaría casado con la señorita Webb.
Ahora creo en el
destino.
Por Gene Wilder
Condensado de The Independent (7-XII-1996), de Londres - Inglaterra.
Leído en Reader's Digest Selecciones - Enero de 1998