En 1987 se descubrió en las selvas de Uganda, lo que la prensa llamó "El niño mono". Todo indicaba que ese niño había vivido con una tribu de monos por lo menos por cuatro o cinco años. El muchacho, de aparentemente 6 años de edad, fue llevado al hospital y después a un orfanato, donde saltaba y se movía en círculos como un mono. Se rehusaba a comer la comida que le ofrecían y mordía a todos los que se aproximaban a él.
Los estudiosos del comportamiento de este chico dijeron que si un niño vive con animales por más de cuatro o cinco años, es casi imposible que vuelva a tener un comportamiento normal. El cerebro recibe marcas que son indelebles para el resto de su vida.
Algo parecido le sucede al ser humano, vive en un mundo lleno de racionalismo. Se olvidó de que salió de las manos de Dios. Percibe las consecuencias de vivir separado de su creador. Ve a su familia hecha pedazos, a sus hijos esclavizados en el mundo de las drogas y de la promiscuidad. Su hogar está hecho escombros, sus ideales muertos, sus sueños hechos trizas. Es su realidad. Su triste y desesperada realidad. Realidad diaria, de cada hora, de cada minuto. Convive con ella, la carga dentro de sí, la lleva a todos los lados, sufre, pierde las ganas de vivir, y entonces busca desesperadamente la solución, inventando soluciones pasajeras que hagan disminuir la intensidad del grito angustiado de su corazón.
¡Oh corazón triste! ¿Por qué lloras en silencio el dolor que nadie ve? ¿Por qué corres? ¿Por qué huyes? ¿Por qué te escondes? En las horas oscuras de tu vida, cuando el dolor te quita las ganas de vivir, cuando buscas respuestas dentro de ti y no las hallas, ¿por qué no vuelves los ojos a tu creador?
Hace más de dos mil años el Señor Jesús, contemplando el panorama espiritual de nuestros días, se preguntó: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?" Lo que estaba queriendo decir es si los hombres todavía se acordarían de que él los amaba y los esperaba con los brazos abiertos. ¿Se acordarán?
La respuesta es solo tuya.
Fragmento de "Señales de esperanza" de Alejandro Bullón.
"Y la gloria sea para el único digno de alabanza, Cristo".