Es el momento más desdichado de mi vida me dieron el mejor
consejo que jamás oí. Acababa de perder las audiciones del aire del Teatro
Metropolitano de la Opera y estaba sentada en mi cuartito de la Calle 115 Oeste
de Nueva York, con la cabeza enterrada entre ambas manos.
Yo esperaba que hubiera ganado usted – me había dicho
segundos antes por teléfono Eduardo Johnson, director general del Metropolitano
– pero la joven que ha ganado ha dado prueba de tener mayor experiencia.
Mi carrera había consumido miles de dólares prestados. Me
parecían tirados a la calle. El porvenir de me presentaba vacío. Mis esperanzas
estaban quebrantadas.
Mi maestra. Ana Shoen-René, estaba conmigo, pero no me decía
ninguna de las cosas que yo anhelaba oír, esto es, que mi voz era de veras
mejor que la de la otra joven, que el dictamen había sido completamente
injusto, que sólo me había faltado tener influencias para ganar. Nada de eso:
me habló del trabajo que tenía que hacer, de la hora para la lección del día
siguiente.
- Querida – me dijo por fin cuando se despidió.- ten el valor de reconocer tus faltas.
La frase me dolió profundamente. ¡Sacar a colación mis faltas
no podía servirme de consuelo en aquellos instantes! Pero aquella frase de Ana
ha guiado mis pasos desde entonces.
Por muchos esfuerzos que hice para volver a sumirme en la
propia compasión, la frasecilla continuó sonando intermitentemente en mi cerebro.
Aquella noche me desperté. No pude volver a dormirme hasta que decidí examinar
mis deficiencias. Acostada y en la oscuridad, me pregunté: ¿Por qué he
fracasado? ¿Qué debo hacer para ganar la
próxima vez? Y reconocí por primera vez que el alcance de mi voz no era todo lo
bueno que debía ser, necesitaba perfeccionar los idiomas, que tenía que
aprenderme más papeles.
Pasé meses y meses trabajando de ocho a diez horas día tras
día, practicando, ensayando, estudiando.
Después canté el papel principal en una representación de Orfeo dada por la Escuela de Juilliard.
Eduardp Johnson, que estaba entre la audición, vino a verme cuando acabé de cantar
¡y me ofreció un contrato!
La oferta me conmovió pero la rechacé. Me di cuenta de que
todavía no estaba preparada.
Aun cuando mis deudas excedían de diez miel dorares, mi
maestra tenía fe en mí y me llevó a Europa por su cuenta. Durante dos años
representé en el Teatro de la Opera de Praga, cantando un papel diferente cada
noche, semana tras semana sin interrupción. Algunos me habían advertido que no
volvería a tener oportunidad de entrar en el Metropolitano de Nueva York, pero
cuando comprendí que estaba preparada, renové confiadamente mi solicitud y
debuté con éxito.
El consejo de Ana Schoen-René me sirvió más adelante para
hacer frente a una imperiosa necesidad de autoanálisis de mi vida particular.
Llevaba años sintiéndome nerviosa y desconcertada, tanto cuando tenía invitados
como cuando la invitada era yo. La confianza en mí misma que sentía en escena me
abandonaba tan pronto me encontraba en compañía de otros, excepción hecha de
unos pocos amigos íntimos. Mi encogimiento en el trato social llegaba a poner
en aprietos a quienes me invitaban y me mortificaba después al pensar en las
cosas que no debiera haber dicho.
Por fin recordé la frase de Ana e hice mi primer examen de
conciencia sobre aquel problema particular. Descubrí que mi desasosiego
procedía del vano intento de ser algo que no era: estrella de salón, así como
de la escena. Si una persona ingeniosa hacía un chiste, me proponía superarlo y
fracasaba. Simulaba conocer materias de las cuales nada sabía. Llegué a la
conclusión de que no era un ingenio ni una intelectual y solamente podía tener
éxito siendo yo misma.
Entonces me enfrenté con mis faltas y empecé a escuchar y
hacer preguntas en las fiestas sociales en vez de esforzarme en impresiona a
los demás. Descubrí que tenía mucho que aprender de otros. Cuando hablaba lo
hacía con ánimo de colaborar, no de brillar. En seguida empecé a sentir nuevo
calor en mis relaciones sociales.
Fue así como el renunciamiento a las pretensiones me enseñó
a conocerme a mí misma y a ser yo misma. Esta actitud me hizo sentir el placer
nuevo de tratar con las gentes. Yo les gustaba más tal como era que d cualquier
otro modo que hubiera fingido ser. Estaba tranquila y decía lo que me parecía
natural. Con frecuencia, según descubrí, esto era lo más acertado.
A medida que seguí analizándome descubrí también mi propensión
a hacer juicios demasiado rápidos y a atenerme a ellos cualquiera que fuesen
las circunstancias particulares del caso. Para mí todo era blanco o negro; las
cosas y las personas me gustaban o me disgustaban y no había que darle más
vueltas.
La mera conciencia de aquella propensión me corrigió eficazmente.
¡Sobreponiéndome a ella conquisté a mi marido! Cuando lo conocí no me
impresionó favorablemente. Por fortuna tuve el buen sentido de reservar mi
juicio hasta conocerlo mejor.
La mayoría de nosotros conocemos nuestras buenas cualidades
pero es achaque humano que ignoremos nuestras faltas. El excelente consejo de
Ana Schoen-René ha sido para mí como crítico inexorable que me ha hecho ver y
corregir algunos defectos que me hacían infeliz. Creo que sus palabras puedes
ayudar a cualquiera que se pare a pensarlas.
Por Risë Stevens
Estrella de la ópera.
Nota:
Todos los créditos son para el autor/autores original/originales del artículo,
este blog tiene solamente por objetivo la de hacer conocer dicha obra, con la
finalidad de motivar el amor por la vida e incentivar los buenos hábitos.