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EL AMOR FISICO EN LA FELICIDAD CONYUGAL.



“Para hallar la felicidad afectiva, la mujer debe saber que significa la felicidad en el orden fisiológico”

Mujer preocupada sentada en la cama que comparte con su compañero.


En las relaciones sexuales y el matrimonio, las jóvenes solteras de la actualidad tienen problemas que no se presentaban a sus madres. Hace 20 años las jóvenes veían con ilusión el matrimonio porque les ofrecía, entre otras cosas, la felicidad en el orden sexual.

Aún las pocas que aprobaban las relaciones pre-maritales, jamás pusieron en duda que, para la mujer, la unión carnal y el amor son inseparables. Tenían la creencia de que solo el matrimonio podría proporcionarles la satisfacción completa.

Sin embargo, en años recientes un número cada vez mayor de hombres y mujeres han impugnado abiertamente las certidumbres del pasado y están dispuestos a disociar la unión carnal del amor, y el amor del matrimonio. Inclusive Theodore Reik; psicoanalista de gran distinción, opina que “el amor y la intimidad carnal son diferentes en origen y naturaleza”.

Este punto de vista, predominante y perturbador, llena de confusión a muchos jóvenes que no saben que esperar de las relaciones sexuales y del matrimonio. ¿Es el acto sexual una experiencia que no acarrea responsabilidades? En vista de que las pastillas anticonceptivas permiten compartir a la mujer soltera la misma libertad que los hombres han tenido siempre, ¿en que se beneficia confiándose a un esposo? ¿Y qué papel desempeña el placer sexual en el logro de un matrimonio feliz?

Actualmente, cuando los valores tradicionales se han derrumbado casi de la noche a la mañana, las mujeres jóvenes buscan valores personales que den estabilidad y significado a sus vidas. Como médico y psicoanalista me interesa ayudarlas a evitar un comportamiento que considero perjudicial, e indicarles las normas de conducta que prometen más satisfacción y desarrollo personales.

Para que una muchacha llegue a ser dueña de su propio destino, tiene que estar capacitada para meditar con claridad en varios asuntos muy delicados. Debe saber como el amor intensifica la unión carnal y como la unión carnal enriquece el amor. Debe comprender de que manera el amor tanto como la intimidad carnal se nutren con el placer. Y debe entender que el placer esta relacionado con la responsabilidad, no solo antes sino también en el curso de su vida marital.

Cuando el acto sexual no es también un acto de amor, se reduce sencillamente a una función fisiológica que tenemos en común con otros animales. Con esta observación no nos proponemos condenar nuestros impulsos instintivos: ciertamente, el hombre es un mamífero; si no podemos aceptar que nuestra naturaleza animal es parte de nuestra herencia biológica, jamás estaremos libres de los sentimientos de culpabilidad y vergüenza ante las relaciones sexuales por profundo y espiritual que sea el amor que expresan. Pero el acto sexual divorciado del amor es una experiencia limitada: una reacción casi irreflexiva a una sensación sumamente localizada. Como todos los animales, sabemos que en ocasiones puede ser muy placentera; pero no es probable que la consideremos como una expresión particularmente noble de nuestra naturaleza humana, ni que por sí misma pueda proporcionar una satisfacción profunda y duradera. Pues, así como esta en la naturaleza humana el que queramos abrazar a la persona que amamos, está en la naturaleza humana querer amar a la persona que abrazamos.

Ciertamente, el abrazo desprovisto de amor, se realice dentro o fuera del vínculo matrimonial, coloca al acto sexual en situaciones de artimaña. Sin amor, no hay una relación de auténtico compromiso entre el hombre y la mujer; ninguno de los dos acepta responsabilizarse por el bienestar del otro, ni es capaz de satisfaces las necesidades emocionales mutuas. Extraños en el fondo, él está secretamente desilusionado de ella, y ella de él. Lo que es más importante, ambos están desilusionados – incluso asqueados – de sí mismos.

Esta sensación tiene una base orgánica. Desde el punto de vista fisiológico, no podemos poseer al placer: el placer se adueña de nosotros. En el momento que ocurre, aparece como una sensación corporal pura, independiente de nuestra voluntad. Tan pronto como el cuerpo se halla bajo el dominio consciente de la mente, el placer cesa. Examinemos estos hechos fisiológicos.

La tensión sicosomática hace que los músculos se contraigan y la persona queda dispuesta para la acción; la ausencia de tensión, permite que los músculos en general se relajen. Cuando se está en reposo, el corazón late con menos frecuencia, la sangre acude a la piel, se experimenta una sensación cálida y de serenidad, y se es particularmente sensible al tacto. Esta uno disponiéndose para experimentar el placer. Por el contrario, cuando estamos tensos, el corazón late más rápidamente, la sangre va hacia el interior del organismo, sobrevienen escalofríos, el cuerpo se retrae y somos relativamente insensibles al tacto. No estamos defendiendo del dolor.

Es importante comprender que esas reacciones se hallan fuera del control de la conciencia. Una mujer puede engañarse a si misa creyendo que ama a cierto hombre, o que él la ama a ella; y sin embargo, cuando está con él, sus reacciones son las de una persona que se ha puesto a la defensiva: sus músculos están contraídos por la tensión. Tal vez no se dé cuenta de ello o lo confunda con la excitación sexual, pero la sangre no corre libremente por la piel, y cuando el hombre la acaricia la mujer experimenta poco placer físico.

La mujer puede hacer el intento de recurrir a su voluntad para sentir placer. En vano estrechara con más vigor al hombre y empleara palabras amorosas; se puede deseas la unión carnal, pero no se puede alcanzar por la voluntad el disfrute del acto sexual.

El conocimiento de la base biológica del placer aclara la naturaleza del amor. La mente solo adquiere consciencia de la posibilidad del amor cuando surge espontáneamente en el corazón la perspectiva del goce. Pues, como todos los organismos vivos, nos alejamos del dolor y nos movemos en dirección del placer; nos apartamos del extraño que, de un modo y otro, nos anuncia alguna experiencia dolorosa, y nos confiamos a aquel desconocido, único y particular, que misteriosamente nos ofrece la posibilidad del placer. Cuando la aproximación es recíproca, damos los primeros pasos de los que tal vez se convierta en la danza del amor. Así es de sencillo, biológico y hermoso.

Pero la persona con quien nos sentimos impulsivamente dispuestos a abandonarnos, no ha dejado de ser extraña; y no podemos amar a un desconocido. Superado el periodo de la infancia, nos vimos obligados a saber que, individuos al fin, permanecemos solos, ineludiblemente expuestos al peligro. Así aprendimos a protegernos del daño y el dolor; adquirimos el hábito de ver con suspicacia a las personas desconocidas.

Por eso necesitamos disponer de tiempo. No podemos obligar a nuestro organismo a que desatienda la verdad más profunda que conoce: que al dar paso a la contingencia del placer, se expone a la eventualidad del dolor. Además, en lo más íntimo de nuestro ser estamos agudamente conscientes de que, cuanto mayor es el placer que experimentamos hoy, mayor podrá ser el dolor que suframos mañana si perdemos a la persona que nos proporciona ese placer.

Tal vez la mente esté dispuesto a aceptar ese riesgo, y el deseo nos empuje a correrlo, pero el cuerpo solo acepta el riesgo cuando hay amor de por medio. Pues el amor es compromiso, y cuando existe ese vínculo, esa confianza en que la felicidad de hoy habrá de volver mañana, el cuerpo se dispone a experimentar la satisfacción sexual plena. Cuando el compromiso no existe y se tiene conciencia clara de que la felicidad de hoy se frustrara mañana, el cuerpo se retrae. Anticipándose a la desilusión y al dolor, permanece tenso y en guardia, incapaz de reaccionar cabalmente al contacto del otro.

Por el contrario, cuando hay amor, cuando existe la sensación de que el compromiso es toral y duradero, se rinde el cuerpo voluntario y anhelosamente a la satisfacción del momento. El amor libera así nuestra sexualidad, nos permite aceptar nuestra experiencia del disfrute corporal, y ese disfrute, a su vez, enriquece nuestro amor, recompensándolo con la perspectiva de una felicidad perdurable.

Una pareja de novios en una tarde de ensueño sobre un prado verde.

El compromiso de amor constituye la verdadera base del matrimonio. Están “casados” (aunque no los una la ley) el hombre y la mujer que viven comprometidos de corazón uno con otro, sin reservas, unidos en cuerpo y alma, dispuestos a aceptar todas sus obligaciones mutuas. Y a pesar del indudable cambio de actitud que en la actualidad manifiestan las personas ante las relaciones sexuales, casi todas las muchachas – y un numero de muchachos mayor de lo que comúnmente se cree – necesitan la seguridad que ofrece el matrimonio para lograr la realización plena de sus reacciones sexuales.

Difícilmente podría ocurrir de otro modo. Desde la más tierna infancia se enseña a las niñas, por el miedo y el sentimiento de culpabilidad, a reprimir sus impulsos naturales. Una vez que se ha inhibido de este modo el cuerpo femenino, no se le puede liberar en una noche, ni en una semana, n en un mes. El dominio es asunto de voluntad, pero no se puede recurrir a la voluntad para zafarse del dominio. Son necesarios el tiempo, la seguridad y el amor para que ocurra el cambio interior espontaneo, y será afortunada la muchacha que logre su liberación completa en el espacio de un año.

Aún más afortunada es la que lo logra en el curso de una relación profunda con un solo hombre. La mujer que tiene una sucesión de amantes o de esposos es como una niña que haya tenido una serie de padres. Esa niña sabe por experiencia propia que el amor no puede ser limitado. Como no tiene la seguridad de ser amada para siempre, busca en cambio maneras de agradas, de causar buena impresión o de manejar a otras personas. Así también es frecuente que la mujer con varios hombres en su vida no se estime a si misma como persona capacitada sexualmente y se considere como un objeto de placer sexual.

Un solo hombre, un solo amor, un solo compromiso duradero, son los requisitos ideales para que la mujer se realice plenamente en el orden sexual. Y la mujer sexualmente satisfecha puede aumentar sobre manera el disfrute sexual del hombree.

Una pareja longeva.

Cuando el acto sexual es verdaderamente un acto de amor, une a dos seres humanos comprometidos anulando la conciencia dolorosa que cada uno tiene de estar solo. El placer de reunirse en un abrazo, aunado a la certeza de que esa satisfacción se verá nuevamente cumplida en un futuro próximo, les da nuevo vigor para permanecer solos. Lo que comienza siendo un goce sexual, en el corazón se transforma en amor ilimitado; y mucho tiempo después que ha menguado el placer de la intimidad carnal, la felicidad del amor colma a la persona con una sensación de armonía, tranquilidad y plenitud.

Por el Dr. Alexander Lowe
Redacción de Robert Levin
Condensado de “Redbook”

Nota: Todos los créditos son para el autor/autores original/originales del artículo, este blog tiene solamente por objetivo la de hacer conocer dicha obra, con la finalidad de motivar el amor por la vida e incentivar los buenos hábitos.

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