Cualquier tonto puede criticar, censurar y quejarse, y casi
todos los tontos lo hacen. Pero se necesita carácter y dominio de sí mismo para
ser comprensivo y capaz de perdonar. "Un gran hombre -aseguró Carlyle -demuestra su grandeza por
la forma en que trata a los pequeños."
Bob Hoover, famoso piloto de pruebas y actor frecuente en espectáculos de aviación, volvía una vez a su casa en Los Ángeles de uno de estos espectáculos que se había realizado en San Diego. Tal como se describió el accidente en la revista Operaciones de Vuelo, a cien metros de altura los dos motores se apagaron súbitamente. Gracias a su habilidad, Hoover logró aterrizar, pero el avión quedó seriamente dañado, pese a que ninguno de sus ocupantes resultó herido.
Bob Hoover, famoso piloto de pruebas y actor frecuente en espectáculos de aviación, volvía una vez a su casa en Los Ángeles de uno de estos espectáculos que se había realizado en San Diego. Tal como se describió el accidente en la revista Operaciones de Vuelo, a cien metros de altura los dos motores se apagaron súbitamente. Gracias a su habilidad, Hoover logró aterrizar, pero el avión quedó seriamente dañado, pese a que ninguno de sus ocupantes resultó herido.
Lo primero que hizo Hoover después del aterrizaje de
emergencia fue inspeccionar el tanque de combustible. Tal como lo sospechaba,
el viejo avión a hélice, reliquia de la Segunda Guerra Mundial, había sido
cargado con combustible de jet, en lugar de la gasolina común que consumía.
Al volver al aeropuerto, pidió ver al mecánico que se había
ocupado del avión. El joven estaba aterrorizado por su error. Le corrían las
lágrimas por las mejillas al ver acercarse a Hoover. Su equivocación había
provoca do la pérdida de un avión muy costoso, y podría haber causado la
pérdida de tres vidas.
Es fácil imaginar la ira de Hoover. Es posible suponer la
tormenta verbal que podía provocar semejante descuido en este preciso y
soberbio piloto. Pero Hoov er no le reprochó nada; ni siquiera lo criticó. En
lugar de eso, puso su brazo sobre los hombros del muchacho y le dijo: -Para demostrarle
que estoy seguro de que nunca volverá a hacerlo, quiero que mañana se ocupe de
mi F-51.
Con frecuencia los padres se sienten tentados de criticar a
sus hijos. Quizás el lector espera que yo le diga: "no lo haga". Pero
no lo haré. Sólo voy a decirle que
antes de criticarlos lea uno de
los clásicos del periodismo norteamericano: "Papá olvida". Apareció
por primera vez como editorial en el
diario People's Home Journal. Lo
volveremos a publicar con permiso del autor, tal como fuera condensado
en la revista Selecciones del Reader's Digest.
"Papá olvida" es una de esas piecitas que -escritas en un momento de sentimiento
sincero-da en la cuerda sentimental de tantos lectores que termina siendo un
trozo favorito. Desde que apareció por primera vez hace unos quince años, ha
sido reproducida, nos dice el autor, W. Livingston Larned, "en centenares
de revistas y diarios del país entero; también se la ha publicarlo infinidad de
veces en muchos idiomas extranjeros; he dado permiso para que se la leyera en
aulas, iglesias y conferencias; se la ha transmitido muchas veces por radio telefonía;
ha aparecido en revistas y periódicos de
colegios y escuelas".
PAPÁ OLVIDA
W. Livingston Larned
Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una
manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente
humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario
en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine
junto a tu cama. Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé
cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con
una toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste
caer algo al suelo.
Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas.
Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste
demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar
el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: " ¡Adiós,
papito!" y yo fruncí el entrecejo y te respondí: "¡Ten erguidos los
hombros!"
Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa
te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te
humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias
son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo,
que un padre diga eso.
¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y
entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del
diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. "¿Qué quieres
ahora?" te dije bruscamente. Nada respondiste, pero te lanzaste en
tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que
Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede
agotar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la
escalera.
Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de
las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la
costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa
a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de
ti. Y medía según la vara de mis años maduros.
Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter.
Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu
espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa
esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he
arrodillado, lleno de vergüenza.
Es una pobre explicación; sé que no comprenderías es tas
cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero
papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé
la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que
decirme, como si fuera un ritual: "No es más que un niño, un niño
pequeñito".
Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo,
acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas
en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.
En lugar de censurar a la gente, tratemos de comprenderla.
Tratemos de imaginarnos por qué hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso
y más interesante que la crítica; y de ello surge la simpatía, la tolerancia y
la bondad. "Saberlo todo es perdonarlo todo."
Ya dijo el Dr. Johnson: "El mismo Dios, señor, no se
propone juzgar al hombre hasta el fin de sus días". Entonces. ¿Por qué
hemos de juzgarlo usted o yo?
Dale Carnigie - "Como ganar amigos e influenciar sobre ellos"